Jónico

imageCuando me tiro bajo el agua nado en el fondo, abajo, a ras de la arena, con los ojos abiertos a pesar de que el agua esté muy salada. Nado y siento todo mi cuerpo, lo siento claramente delimitado; siento mi corazón latir, percibo su forma y su peso dentro de mi.
Me siento en un ambiente extraño y, al mismo tiempo, familiar. Una nube… un vientre…
El silencio en el cual me encuentro me hace estar conmigo. Me siento, en ese silencio, por dentro, desde dentro.
Siento que el agua, en mi alrededor, me da protección, me envuelve, me acoge. Parece que acaricie mi cuerpo como con una tela de terciopelo, suave, dulce.
Ese fragmento de Jónico que baña la playa delimitada por las dos rocas que forman la bahía (las mismas aguas que rozaban las costas de la antigua Magna Grecia), ese mar es para mi una referencia que a lo largo de los años se ha quedado siempre igual; igualmente amigable, con la misma arena, las mismas piedras blancas y redondas, los mismos pececitos que nadan entre las piernas, la misma temperatura, la misma salinidad, el mismo color y la misma sensación de familiaridad.
Ese mar yo lo conozco, lo reconozco y me parece que él también me reconoce; parece que me da la bienvenida cuando me ve, me acoge entre sus aguas nunca demasiado frías; me dice: «aquí estoy, como siempre».
Hacia el final del último verano, al día siguiente de una gran lluvia, el mar estaba agitado con unas olas muy altas. Esas olas también las conozco; hacía muchos años que no las encontraba y, por supuesto, me atrajeron. Sin pensarlo fui a saludarlas, me tiré al agua y jugué con ellas durante un buen rato. Sentí su potente fuerza nunca agresiva, sentí como me llevaban o como se me resistían, según yo me dejara llevar o me tirara en sentido contrario. Me levantaban, me empujaban, me arrastraban; disfrutando, yo, inmensamente de esa danza, de ese juego. Me sentí como una niña. Reviví, en el cuerpo, lo que había sentido a los 9 o a los 10 años, cuando hacía lo mismo, con las mismas olas, en el mismo mar…

4 comentarios en “Jónico

  1. A menudo, me acerco al mar. Me atrae. Su movimiento me hipnotiza. Sus susurros me retornan lo que llevo dentro de mí; calma, miedo, alegría… Sea lo que sea me lo devuelve, como si fuera capaz de hacer eco de mi sentir.
    Me bañaría en tu mar y te pediría, como una niña, agarrada de tu mano: «Enséñame a mirarlo».

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    1. Te cogería de la mano y te acompañaría mar adentro…
      Te llevaría a mirar qué hay debajo. Sentirías que el agua, allí abajo, tiene unos grados menos; verías el brillo de la arena dorada, los rayos del sol penetrando la superficie de esas aguas casi siempre apacibles, los peces nadando tranquilos a tu lado…
      Sentirías calma y sentirías paz.

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  2. Manila, me llega mucha calma… tu, dentro del mar, dentro de ti, jugando con el cuerpo.
    Me viene esa sensación de paz que me provoca estar sumergida en el agua, ese silencio que me conecta conmigo.
    Gracias por compartirlo, gracias por este blog, me ha encantado leerte!

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    1. Gracias, Paola, por pasar por aquí. Es como tú dices, paz y calma, lo que siento al sumergirme en «mi» mar; una sensación que, en situaciones diferentes, muy pocas veces he sentido…

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