Moon, Siracusa

20150807_215909.jpgHace un par de años, en una calurosa noche de verano, me topé con el Moon (acrónimo de Move Ortigia Out of Normality). Paseando por Via Roma, una de las arterias principales de Ortigia, captó mi atención el canto de 3 tenores que actuaban en la sala del restaurante, mientras los comensales degustaban sus respectivos platos. No pude explorar su cocina esa misma noche pero me propuse volver pronto.
No conocía el Moon y fue, para mi, una agradable sorpresa descubrir un restaurante que destaca por su ambiente refinado y relajado a la vez; un local que, además de prestar mucha atención a su cocina, tiene una intensa programación de conciertos y actividades. Por esta razón, comer en el Moon es toda una experiencia sensorial: desde los cuadros expuestos en las paredes, el maravilloso piano de cola, la música en vivo, hasta la cuidada decoración del local; todo contribuye a hacer de la velada en el Moon, una experiencia especial. 20150807_222310.jpg Al llegar al restaurante, Barbara te invita a entrar y te acoge con una sonrisa a la cual uno no puede resistirse; te acompaña a la mesa, con su porte elegante y en seguida te hace sentir como en casa. En la preparación de los platos, además de apostar por una cocina de calidad, sana y genuina, en el Moon tienen muy en cuenta aspectos medioambientales, éticos y sociales, privilegiando el uso de productos locales y de origen exclusivamente vegetal. Mantienen, así, un pie en la cocina tradicional y otro en el mestizaje gastronómico, presentando en su carta una variedad de platos que abarcan los más representativos de la cocina siciliana y los más originales de la cocina mediterránea y étnica. Muy a menudo hay espectáculos que acompañan la velada; cualquier tipo de música, actuación y artista es el bienvenido, satisfaciendo así los gustos más diversos.
Además, el Moon es una residencia para artistas; organiza cursos, talleres, exposiciones, charlas, proyecciones… un fermento de actividades que hace del Moon uno de los escenarios más interesantes de Siracusa.


Una receta: Spaghetti alla Siracusana.

Como sugiere el mismo nombre, se trata de un plato local tradicional, de origen más bien humilde y, como siempre, existen diferentes versiones del mismo. Se suele preparar con un sofrito de ajo en el cual se desmenuzan unas anchoas saladas. Al sofrito se le echa tomate concentrado, alcaparras y olivas negras. En una sartén se echa un poco de aceite de oliva y se tuesta el pan rallado, hasta que esté dorado. Los espaguetis, cocidos al dente, se mezclan con la salsa. Se emplata y se espolvorea con el pan rallado tostado. En el Moon comí este plato pero con algas en lugar de anchoas, conservando, lo aseguro, todo el olor y el sabor a mar.

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Arancino Mon Amour

20140909_132700-1-1.jpgUna costumbre que descubro ser habitual para el ‘emigrado’ siciliano que, viajando en tren o en coche, va a Sicilia de vacaciones, es comer un arancino en el bar del transbordador. Comer algo tan siciliano, sin estar aún en Sicilia, le permite entrar de lleno en el espíritu de esas vacaciones (veraniegas, normalmente) que acaban de comenzar. Si hasta ese momento ha estado acercándose poco a poco a su tierra, el arancino le catapulta de inmediato y sin preámbulos, directamente a su infancia en Sicilia, ya sea de antiguo residente, ya sea de veraneante habitual. Ese arancino, a pesar de que no sea de los mejores que haya comido y que comerá, le hará sentir que, después de un largo viaje, al fin ha llegado a su destino. Aún estando en el barco, navegando en ese fragmento de mar que separa Sicilia del resto del mundo, él se siente ya en casa. Para que esta sensación llegue a adueñarse del ignaro viajero conspiran, a sus espaldas, el aire que se respira, la vista de Messina tan cercana, los demás viajeros que, inconscientemente, reconoce como sus símiles; el arancino sólo sirve para rematar. En la vuelta, al dejar Sicilia atrás, ya en el buque, comer el último arancino sirve para sentirse aún con un pie en la isla, como para alargar un poco más su estancia allí. El arancino le permite, al alejarse, prolongar en la boca ese dulce sabor a nostalgia; sabor que, difuminado, lo acompañará hasta su próximo viaje a Sicilia.

dsc03316.jpgEl arancino o arancina, según uno se encuentre en Catania (en masculino) o en Palermo (en femenino), es una croqueta de arroz  rellena de carne y queso, en su versión original. Recuerda, por su forma y color, a una pequeña naranja; de allí, probablemente, su nombre (literalmente «naranjita», en siciliano). Recientemente se han introducido versiones con rellenos diferentes (espinacas, champiñones, jamón dulce, pistacho, queso, berenjenas). Se compran recién hechos en la rosticceria,  donde también hay muchas otras, interesantes especialidades; lo que sería el street food siciliano. Normalmente no se hacen en casa porque su preparación requiere mucho tiempo y se compran por un precio muy modesto. Como pasa a menudo en el caso de las recetas tradicionales, las versiones son muchas y diferentes; en La Cucina di Sicilia de Giovanni De Simone (libro de cocina editado en 1974 por SIAI) hay tres versiones diferentes.

Esta es mi versión, sin carne: se cuece el arroz (un arroz más  bien glutinoso) con sal y azafrán. Se pone a enfriar en el mármol de la cocina o en una bandeja ancha durante varias horas, hasta que se enfríe del todo. Se prepara una salsa de tomate con un sofrito de cebolla, zanahoria picada y un puñado de guisantes (se deja también enfriar). Se corta en daditos el queso Caciocavallo o, en su falta, un buen queso semicurado. Se prepara un plato con una masa fluida hecha de agua y harina (hay quien usa huevo) y otro plato con pan rallado. Con las manos mojadas, se coge un buen puñado de arroz cocido, se modela en la palma de la mano hasta formar un cuenco, se le pone unas cucharadas de salsa y unos cubitos de queso y poco a poco se va cerrando hasta formar una esfera (si necesario se añade más arroz con la otra mano). El secreto de la técnica es conseguir crear una esfera muy compacta con la correcta proporción entre arroz y relleno. El arancino se pasa primero en la masa de agua y harina y luego se reboza en el pan rallado. Se fríe en abundante aceite y se come caliente.

Viaje a Sicilia II

imageAl principio del viaje, mi intención era coger el barco que cruza el estrecho por la mañana para llegar a las 12 en punto a la catedral de Messina y asistir al espectáculo que cada día, a esa hora, ofrece el reloj de su campanario.
Pero después de haber pasado el día, en parte viajando y en parte visitando amigos en Reggio Calabria, decido cruzar el estrecho esa misma tarde: desde Villa San Giovanni, a las ocho en punto, sale el barco de la compañía de navegación Caronte (¿no es curioso que se llame como el barquero del Hades? ¿Cruzar el canal de Sicilia equivale, acaso, a atravesar el Aqueronte para llegar a otro mundo?). La travesía dura solo 20 minutos. Las luces de Messina están justo enfrente. Llego, desembarco, como algo rápido antes de dejar la ciudad y cogo, ya a oscuras, la autopista que baja hacia Siracusa. Solo 2 horas me separan de mi destino. No me gusta la idea de bajar a lo largo de la costa sin poder ver, con la luz del día, todo lo que mis ojos anhelan ver: el mar a mi izquierda, la montaña a mi derecha, las adelfas rosa y blancas que desde siempre bordean la autopista, el cielo con ese color intenso y la luz especial que solo encuentro en Sicilia.
Pero no imagino que la decisión de viajar de noche me va a regalar una inmensa sorpresa que, con creces, supera lo que por la misma razón creo que me voy a perder. 20150817_000043-1.jpg
Al acercarme al Etna, aun de lejos, empiezo a ver como desde uno de sus cráteres sale una fuerte luz roja que parece de fuego. Al acercarme, desde la autopista, veo como este fuego sale disparado del cráter hasta difundirse en el aire en una nube de lapilli y cae abajo, formando varios ríos de magma que van bajando.
El primer impulso es tomar la primera salida de la autopista, en este caso Giarre y, a pesar del horario y del cansancio del viaje, acercarme para poder ver mejor el espectáculo. Desde Giarre subo a Santa Venerina; de allí paso por Zafferana Etnea y Milo y antes de llegar a Linguaglossa desvío en un camino a la izquierda que sube hacia ‘a muntagna. Paro el coche, estoy en medio de un campo desde donde puedo disfrutar de ese regalo que el volcán ha decidido hacerme esta noche.
Es muy emocionante, en medio de la oscuridad y del silencio más total, observar el movimiento hipnótico de la tefra que, como una bala de cañón ardiente sube con fuerza hacia arriba, se separa en el aire, cae y vuelve a converger en esos ríos de fuego.
A cada salida se nota un fuerte, pero amigable, estruendo.
Siento, de repente, la necesidad de descalzarme y apoyar los pies desnudos en el suelo que descubro estar caliente. A cada estruendo, a cada «golpe de cañón», siento un temblor que desde los pies sube hacia mis piernas. Me quedaría toda la noche allí, en medio de la nada, en la oscuridad total, en el silencio que solo está interrumpido por la voz del volcán y del canto nocturno de las cigarras.
Allí, en ese momento, con media luna a mi izquierda, y el Etna delante de mí, me siento abrazada y bienvenida por mi tierra.