Avola y el Nero D’Avola

imageEs curioso descubrir como en todo el territorio de Avola, un pueblo situado a 25 km al sur de Siracusa, no hay ni rastro de cultivo de Nero d’Avola. Si hablas con un aulisi (como se llama su habitante, en siciliano) que tenga ya cierta edad, te dirá que nunca se ha hecho vino en Avola, que en ningún momento se ha producido esa uva que tan famosa se ha hecho en las últimas décadas. Te contará que, desde siempre, el aulisi ha estado comprando vino de Pachino (otro pueblo unos 30 km más al sur), que ese es el vino que siempre ha tenido en su mesa y que lo del Nero d’Avola no sabe de dónde ha salido; que es una invención, una ‘estrategia de marketing’ de algún listillo (por supuesto lo dirá en otras palabras).
Si el desventurado viajero en busca del tan estimado néctar, piensa llegar a Avola y encontrarse en la tierra de los vinos, enseguida quedará desilusionado.
En Avola se cuentan un par de bodegas relativamente recientes, que han cabalgado la ola del éxito que ha supuesto esa fama que le ha llegado de rebote por llevar, ese vino y la uva con la cual se produce, el nombre del pueblo. Desde hace unos años han surgido también unas enotecas que han pasado de vender un anónimo «vino de Pachino» a ofrecer Nero d’Avola y otros vinos sicilianos.
Pero si bajamos un poco más y pasamos al territorio colindante de Noto, nos encontramos en una área muy vasta donde sí se cultiva esa vid de racimos rubí junto con otras vides autóctonas, como el Frappato y el Catarratto. No es casual que haya una zona que se llame Bonivini (literalmente «buenos vinos») a demostrar que desde siempre, allí, ha habido viñedos.
Los enólogos de la zona explican que el Nero d’Avola, antes, se conocía con otro nombre, Calaulisi que parece derivar de Calea (variante de uva, en siciliano) y Aulisi (de Avola) y que, erroneamente, por asonancia se pasó a llamar Calabrisi (de Calabria), llevando a confusión sobre su origen.
En realidad, los más ancianos recuerdan que hace mucho tiempo sí había viñedos en Avola, antes de que se sustituyeran con los cultivos de limones y almendras, que mejor representan a Avola hoy en día. Parece cierto que el Nero d’Avola, la vid, sí tenga su origen en el pueblo aunque, ahora, su cultivo está extendido por toda Sicilia. Es decir que el «vino de Pachino» que bebían los aulisi no era otra cosa que el producto de la misma vid que, más tarde, asumió el nombre Nero d’Avola.

En Elmundovino hay un artículo muy interesante, escrito por Juancho Asenjo, sobre el cultivo del Nero d’Avola y del Frappato. Puedes leerlo aquí

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Buttitta, el Cantastorie y yo

imageCuando pienso en el tema sobre el cual escribir para la siguiente entrada, desde hace unos días me cuesta decidir hacia dónde ir. Tengo tres borradores, a medias, guardados  y otros tantos en mi cabeza sobre diferentes temas que me interesa tratar; por otro lado, me cuesta centrarme en cualquier de ellos para completarlos y llegar a publicarlos. Si a esto le añado mi exigencia y mi proverbial inconstancia, el riesgo es que me quede parada, durante un tiempo más o menos largo. Decido entonces escribir sobre esto mismo.
Hablar de Sicilia es, en buena parte, hablar de mí y hablar de mí es algo que siempre me ha costado mucho, principalmente por dos razones: el ‘miedo’ a mostrarme tal y como soy y la dificultad, a veces, en ahondar en ciertos aspectos de mí. En ocasiones, emerge una parte y la otra se queda bien escondida; son matices, detalles que huyen, se dejan entrever y luego se escapan. Allí es donde siento que necesito parar, respirar hondo y prepararme para ver, mirando con detenimiento lo que hay, sea lo que sea.
Hace unos días, vi un documental sobre el poeta Ignazio Buttitta y los Cantastorie.
Lo encontré entrañable, me emocionó, me conectó con mi niñez y con los cuentos de mi abuelo materno. Me imaginé a él, joven, asistiendo a los espectáculos que esos mismos cantastorie llevaban de pueblo en pueblo, viajando por Sicilia; una Sicilia que en aquel entonces, en los años ’50 y ’60, era tierra de miseria, de pobreza, de hambre. El cantastorie contaba, cantando y ayudado por unas imágenes, historias en las cuales el público se identificaba: cuentos de amor, de delitos pasionales, de aventuras de héroes; cuentos que llegaban desde lejos, siendo la del cantastorie un oficio con siglos de tradición a sus espaldas. Su llegada a la plaza del pueblo representaba, para los habitantes, todo un acontecimiento, a menudo en ocasión de las fiestas del santo local o de la temporada de recolección del trigo.
Con los cuentos de Buttitta, el Cantastorie cambia de registro y asume una función social; pasa a contar historias reales de mafia, de emigración, de emarginación, de altos poderes, de desigualdades…temas de grande impacto social que empiezan a despertar en la gente una conciencia hasta ese momento adormecida.
El documental, decía, me emocionó; algunas imágenes me conmovieron, llegué a llorar. Me identifiqué con mi madre de pequeña, con mis abuelos de jóvenes, con toda mi familia en esos años, en esa Sicilia. ¿Porqué me tocó tanto?, me pregunto. Siento que me conectó con algo profundo, con algo esencial. Noté cómo me movía a nivel visceral. De nuevo, al buscar una explicación, una parte se escapa, no puedo atraparla; la otra la siento en el cuerpo, viva y pulsante. Me quedo con la sensación, respiro hondo, intento ver, dispuesta a observar lo que surga, sea lo que sea.

L’omu e la natura

Celu ca nun hai occhi e manni chiantu,
mari ca nun hai vucca e ti lamenti,
luna ca vesti senza aviri mantu,
terra ca nun hai sangu e sì viventi,
acqua ca binidici e nun sì Santu,
suli ca bruci e nun sì focu ardenti,
aria ca duni a l’omu ciatu e cantu:
siti surgivi dintra la me menti.

Ignazio Buttitta (2013) La peddi nova, Palermo, Sellerio