Singola – Modica

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Estoy en Modica, una noche de verano, y busco un lugar para cenar, un lugar ‘diferente’, que no sea ninguno de los muchos renombrados (en Modica se come muy bien y hay mucha oferta).
Descubro que sí hay un restaurante del cual se habla bien y que se distingue, de alguna manera, de los demás. Decido ir allí, alejándome del centro histórico, Modica Bassa, no sin cierta duda, y me dirigo hacia Via Risorgimento en La Sorda, la parte nueva de la ciudad.
Al acercarme a mi destino, en una calle de edificios recientes, de repente me sorprende un muro a secco que delimita una propiedad con un elegante cartel que pone Singola – Ristorante Naturale.
Me doy cuenta, a primera vista, que el lugar tiene algo especial; nada más pasar la entrada se ve una casita de madera en un pequeño pero precioso y cuidado jardín de olivos y plantas mediterráneas: en fuerte contraste con una ciudad donde los ojos se llenan casi exclusivamente de piedra y roca.
Entramos por la puerta y nos dirigimos hacia la casita donde un joven sonriente nos acoge dándonos la bienvenida. Decidimos sentarnos a una mesa preparada en el exterior, en el jardín. img-20150902-wa0031.jpegEl camarero nos describe los platos del día que también están apuntados en una pizarra, entre los cuales escogemos unos antipasti y unos primeros platos. Nos van llegando los platos y los vamos compartiendo para poder probarlos entre todos. Algunos sorprenden por el mimo y el cuidado que se nota en la selección de los ingredientes que lo componen, por la perfecta cocción de cada elemento del plato, por la cuidada presentación del mismo, a pesar de que pienso conocerlos bien ya que pertenecen a la tradición culinaria siciliana. Otros dejan maravillados por la original combinación de ingredientes que dan a la preparación un sabor inesperado. Por supuesto probamos también los postres que muestran estar a la altura de los otros platos.
Todo lo que pruebo me gusta. Me encanta el uso que, en Singola, se hace de los ingredientes locales; me gusta que sea una cocina arraigada en el territorio, sin exotismos (algo demasiado común en la cocina vegana); me gusta que se reconozca en ella su sicilianidad pero que también sea capaz, partiendo de sus orígenes, de crear sugestiones que recuerdan mundos lejanos, tan lejanos como los que Sicilia recoge, desde siempre, en su propia historia, en su propio perímetro.
imageModica es una ciudad, más bien un pueblo grande, que atrae por muchos aspectos. La configuración que ha adquirido a lo largo de los siglos hace de ella un placer para los ojos, siendo una de las ciudades destruidas por el terremoto de 1693 y reconstruida en estilo barroco. Gesualdo Bufalino, hablando de ella en Argos el ciego, la define como ‘un pueblo con forma de granada partida’: un sinfín de palacios, casas y casitas construidas aparentemente una encima de la otra partiendo del Corso Umberto I, que antiguamente era el lecho de un río, distribuyéndose a lo largo y a lo ancho de las paredes rocosas de las colinas que rodeaban ese antiguo río. Eso hace que muchas de las casas tengan, en la parte más interna, paredes de roca y cuevas que se integran naturalmente en la estructura de la casa, asumiendo a veces un aire misterioso (algunas cuevas llevan a otras cuevas a través de estrechos pasajes y hay antiguas galerias que no se sabe adonde llevan).

Tengo mucho que decir sobre Modica pero me apetece hablar de ella poco a poco, como cuando saboreo ese jugoso fruto rubí que tanto se le parece; lo desgrano lentamente y como esos granos de uno en uno… sin prisa alguna.

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